Resumo
El poder absoluto se ejerce en Colombia directamente sobre los cuerpos: los atraviesa, los fragmenta. Se hace uso de prácticas antiquísimas de barbarie; la palabra “progreso” se vacía con cada nueva matanza. Se ha hecho costumbre fertilizar los campos con la carne inerte de quien debiera cultivarlos. Y, a pesar de eso, hoy vivimos la fascinación aberrante de la guerra. Todo sucede lo suficientemente lejos como para que las grandes ciudades y las masas que las habitan, avalen el derramamiento de sangre continuado. Las víctimas de la guerra, en la periferia, no pueden decidir sobre su presente y menos sobre su futuro: se hayan a merced de aquellos que se apropian de conceptos grandilocuentes como la democracia, para legitimar la rutina de la muerte.
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