Una forma de prevenir enfermedades era alimentando sanamente a los alumnos. Si
bien, la ecónoma era la encargada de orientar a las alumnas en torno a la elaboración de platillos
bien balanceados, la enfermera estaba al pendiente de que así fuera. Cuando la ecónoma no se
encontraba, la enfermera también diseñaba menús nutritivos y adecuados conforme a la edad y
el tipo de trabajo que realizaban los alumnos; sin embargo, debido a la falta de recursos y
utensilios no siempre se podía dar raciones suficientes, incluso la directora en sus informes
mencionaba que se les daba una alimentación “de mediana calidad” (DEANR, 33461). El relato
del maestro Claudio, ex alumno de la ERC deja ver cómo era su vida en el internado de reciente
creación:
Como estudiante interno me enseé a saborear el sufrimiento de vivir lejos de
la casa de mis padres, de aquella atención que me prodigaba mi madre [...]
Lleg la hora de comer [...] nos formamos y entramos al comedor
ordenadamente, en silencio. Nos dieron tres tortillas, sopa, guisado y un caldo
de frijoles. Después a la hora de la merienda se volvió a repetir la escena:
formarse, pasar ordenadamente al comedor para tomar un atole de avena,
cuando en casa comíamos tortillas y frijoles hasta llenar [...] Cuando niño, un
mal comer, un mal dormir y suficiente trabajo para ayudar a los padres en las
rudas tareas del campo y del hogar, descalzo, con vestimenta humilde, raída y
remendada [...] todo desnutrido y enclenque, pero con espíritu denodado para
luchar en el estudio. De joven realizar estudios en el internado donde también
se come mal, se trabaja en el campo y se descansa en camas improvisadas,
porque al gobierno no le alcanza para cumplir con todos sus compromisos de
formación de la juventud del campo. (GONZÁLEZ, 2021, p. 64).
Respecto al consultorio del médico escolar, era de suma importancia llevar un control
de los medicamentos y de las sustancias con las que se preparaban soluciones o ungüentos, ya
que los materiales que se reportan en los documentos dejan ver que se practicaba la farmacia
galénica y era importante evitar intoxicaciones. Algunas de las sustancias que se tenían
resguardadas en el consultorio médico eran altamente tóxicas (DEANR, 33460). El azul de
metileno se llegaba a utilizar para combatir el paludismo (SOBERÓN, 1950, p. 336), sin
embargo, su aplicación principal consistía en señalar visualmente el riesgo de ciertos
medicamentos o soluciones, que al colorarlo significaba que contenían cianuro de mercurio o
ácido fénico, éstos dos eran los desinfectantes más habituales. Adicionalmente, se incluía azul
de metileno en el mortero utilizado para elaborar soluciones o pomadas que contenían
sustancias tóxicas. De esta manera, los utensilios utilizados quedaban pintados y era la manera
de alertar a quien los lavaba que habían estado en contacto con sustancias tóxicas, indicándole
la necesidad de realizar una limpieza exhaustiva (AGUILAR, 1907, p. 33-34). Aunado a este
tipo de sustancias también se contaba con tinturas con las que se trataban diferentes