Si no se reconoce que esa máquina es un producto social -y por ser un producto social
es un bien social al servicio de toda la sociedad-- y por tanto se prohíbe a los particulares el
beneficio de la explotación individual de la propia máquina, entonces a lo que se va, en razón
de la pura ley del beneficio, de la pura ley de la productividad, es a crear enormes ejércitos de
obreros parados, sustituidos por la máquina y sustituidos por una pequeña cantidad de obreros
especializadísimos en crear la producción. Pero esas masas enormes, ese ejército de obreros
parados que va a haber, van a ser considerados por esa democracia totalitarizante, simplemente
como elementos pasivos a los que hay que mantener y a los que hay que entretener. Entonces,
se les mantiene con la sociedad de consumo y con la sociedad del espectáculo. Es decir, se les
reduce cada vez más a la categoría de cosa. Se les organiza toda la vida; desde la escuela hasta
la vejez. Es decir, hasta que se mueren están organizados; tienen organizados las vacaciones
de este tipo o de este otro tipo, los planes de ocio de este tipo y de aquel tipo, las relaciones
sexuales, pues eso incluso, están programándote desde la tele de "ponle el condón", "no le
pongas el condón", "hazle esto", "hazle lo otro". O sea, que está todo perfectamente
manipulado. Cada vez son más cosas, y cada vez la gente está menos capacitada para la acción
espontánea e imprevisible, que es lo que determina el carácter incondicionado de la libertad.
Entonces, en vista de todo esto, cualquier alma, cualquier espíritu o cualquier
inteligencia sana; cualquier inteligencia que no esté enferma por alguna o por otra
circunstancia, cualquier inteligencia que tenga la capacidad de ver sin telarañas y que a la vez
no esté pillada por intereses, no puede aceptar una situación de estas en que se busca que toda
la sociedad vaya a estar constituida sobre una base de enajenación permanente. Y para esto,
primero hay que comprar a la gente por la vía del consumo, y hay que, digamos, descuartizarles
o, o transmutarles la mente por medio de la sociedad del espectáculo, por medio de todas las
preparaciones que se hacen desde la televisión y los medios de comunicación en general.
Entonces, el trabajo del hombre, del hombre despierto, del hombre que tiene la inteligencia
sana y no pervertida, va a encontrar muchos más obstáculos para desenajenar a esta gente, que,
por ejemplo, con la gente como la de ayer. Eso era muy fácil porque eran mentes vírgenes.
Eran inteligencias agrestes, pero por ser agrestes eran naturales, y entonces no estaban
desviadas por nada. Veían la realidad muy viva, y reaccionaban frente a esa realidad. Y
reaccionaban siempre bien, descubriendo, sabiendo muy bien distinguir entre A y B, qué es lo
bueno, qué es lo malo, mientras que en este otro caso, en el caso de las generacionales
educadas, es decir, escolarizadas y mediadas por la sociedad de consumo, la inteligencia está
mucho más confusa. La capacidad de discernir está mucho más pillada por intereses; y aferrada